INTEGRAL WORLD: EXPLORING THEORIES OF EVERYTHING
Un foro independiente para una discusión crítica de la filosofía integral de Ken Wilber



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"Boomeritis"

David Gonzalez Raga (Valencia)

No nacemos a la vida de una vez, lo hacemos a impulsos, a oleadas que van dejando sobre el lecho vacío de nuestro ser los sedimentos de su paso. Primero nace nuestro cuerpo, luego corona nuestra emoción, después emerge nuestra mente y por último —en el mejor de los casos— nos desperezamos a las dimensiones más silenciosas de la existencia. Todas las expresiones de la vida palpitan, desde los latidos del corazón hasta el movimiento peristáltico, desde las mareas hasta el relevo de una generación por la siguiente.

Durante la primera parte de nuestra vida, cada uno de nosotros recapitula, a cámara rápida, el desarrollo seguido por la humanidad, jaleados por la aprobación de una sociedad cuyo centro de gravedad nos atrae inexorablemente, como un imán, impulsándonos a seguir avanzando.

¡Cómo celebraron nuestros padres nuestros primeros pasos! ¡Cómo aplaudieron nuestra primera balbuciente palabra! ¡Cómo festejaron nuestro primer aprobado! A medida que nos aproximamos a la normalidad promedio, sin embargo, el coro de quienes antes nos aplaudían va menguando hasta acabar arrumbándonos en medio del escenario de la vida. Ahí nos deja varados el tren de la evolución mecánica, ahí nos quitan los flotadores, ahí comienza el largo periplo de aprender a movernos solos en un mundo que de puro cambiante es casi líquido. Poco importa que vistamos traje, sotana, uniforme, doti, chilaba o tejanos, todos debemos aprender a navegar a solas las olas de la existencia.

En esas condiciones, las distintas facetas de nuestro ser —las distintas líneas del desarrollo— evolucionan a su aire y no es de extrañar que una persona puede ser físicamente madura, emocionalmente infantil, intelectualmente adolescente, existencialmente anciana y espiritualmente no haber nacido siquiera todavía. Tampoco es infrecuente pensar una cosa, sentir otra y hacer otra completamente diferente, generando una contradicción que nos mantiene en pie de guerra con nosotros mismos y con los demás (como ilustran claramente las distintas metáforas con las que habitualmente nos referimos al juego de la vida: luchar, ganar, erradicar, etcétera).

A partir de ese momento, cualquier paso hacia adelante requiere de nuestra participación consciente porque la sociedad, que sigue operando como un imán, lastra ahora nuestro desarrollo y reprueba, cuando no censura abiertamente, todo intento de avance más allá del techo del ajuste social. A partir de ese momento, no existe evolución mecánica; a partir de ese momento, la única evolución posible es la consciente.

Gurdjieff decía, muy gráficamente, por cierto, que el ser humano nace sin alma y añadía que sólo el trabajo consciente y esforzado de integración entre cuerpo, corazón y cabeza nos permite consolidar un alma que ponga fin a la batalla con nosotros mismos y con los demás en la que habitualmente se nos va la vida y nos impide disfrutar de la existencia.

Las cosas son mucho más difíciles en momentos turbulentos como el actual en los que el tiempo histórico se acelera y deja hoy obsoletas las novedades de ayer. La historia, tanto biográfica como colectiva, nos enseña reiteradamente que la desazón provocada por una vida cada vez más compleja y que nos plantea nuevos retos que exigen un paso consciente hacia adelante para encontrar soluciones nuevas nos lleva a incurrir en las evasiones típicamente conocidas como romanticismo, huida hacia el futuro, alteración y ensimismamiento. La respuesta romántica y la fuga hacia delante se derivan del rechazo al presente y consisten en la añoranza y regresión a un pasado y en la expectativa de un futuro supuestamente mejores, respectivamente. El tercer error y también el más común (la alteración) consiste en la entrega acrítica al mundo, en dejarnos arrastrar por sus reclamaciones y estar como fuera de nosotros mismos (alienación). No creo, por último, no creo que haga falta ilustrar el significado del ensimismamiento, porque Boomeritis y nuestro ombligo lo harán mucho mejor.

Durante la Ilustración, la avanzadilla de la humanidad dejó de mirar hacia atrás y, deslumbrada por el poder de la razón y de la ciencia, orientó su mirada hacia el espejo, poniendo así fin al imperio de la tradición y augurando el advenimiento de la era moderna. Hace ya tiempo que hemos dejado atrás la modernidad y, aunque nos hallemos en plena postmodernidad, todavía seguimos en la misma, hechizados por las diez mil imágenes que nos devuelve el espejo y ese gemelo del “yo” que es el “tú” y completamente extraviados en el laberinto de una sala de espejos cada vez más sofocante.

Son muchos los problemas generados por la desarmonía existente entre nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra alma y boomeritis, el nombre con el que Wilber califica a una enfermedad que parece afectar fundamentalmente a los miembros de nuestra generación, la generación del baby boom, la generación de los hijos de la postguerra, que alcanzó la mayoría de edad durante la década de los setenta, es uno de los principales. Según Wilber, boomeritis es una extraña combinación entre un pluralismo intelectual muy elevado y un egoísmo emocional rudimentario de corte francamente narcisista que representa el último impedimento para el logro de una visión integral y, en consecuencia, el último obstáculo para seguir evolucionando y adentrarnos conscientemente en las dimensiones espirituales.

Pareciera —dice Wilber en un párrafo gráficamente irónico de Boomeritis—como si nuestra generación fuera una extraña amalgama de generosidad y narcisismo que hubiera acabado tiñendo casi todas nuestras actividades. Pareciera como si a nosotros nos bastara simplemente con tener una buena idea, sino que debiéramos estar en posesión de un nuevo paradigma que augura el despuntar de una de las transformaciones más asombrosas de la historia de la humanidad. Pareciera como si nosotros no nos contentásemos con reciclar botellas y papeles, sino que necesitáramos vernos como los salvadores del planeta, los salvadores de Gaia, los artífices de la liberación y posterior resurrección de una Diosa que fue brutalmente reprimida por las generaciones anteriores. Pareciera, en suma, como si nosotros no nos quedásemos a gusto cuidando de nuestro jardín, sino que aspirásemos a transfigurar la faz del planeta y convertirnos en los promotores de un despertar global sin precedentes en la historia.

Boomeritis —un libro al que me resisto a calificar como novela— es una crónica de las mil y una maneras en que el ego se apresta a adueñarse de casi todo (desde la física hasta la teoría sistémica, la meditación y las grandes tradiciones de sabiduría), encastillarse en sí mismo, seguir chupando cámara y continuar atribuyéndose la ficción de ser el protagonista único de nuestra vida.

¿No creen que es hora ya de silenciar esa olla de grillos a la que llamamos mundo interno? ¿No opinan que el yo es un excelente asistente, pero el peor de los tiranos? ¿No están hartos ya de que sus mentes condicionadas sigan ocupando el centro de su universo? ¿No les parece que ha llegado el momento ya de forjar un alma, una conciencia que testimonie silenciosamente lo que ocurre, sin comparar, acusar, juzgar, condenar ni castigar y dejar de una vez por todas de depositar en el yo el centro de gravedad de sus vidas?

La relación que hasta ahora mantenemos con nuestra mente es como la de niño con juguete nuevo o, mejor dicho, la de adolescente con móvil de ultimísima generación, siempre dispuesto a aprovechar cualquier momento libre para juguetear con él hasta acabar paradójicamente convertido en su juguete. ¿Somos nosotros quienes tenemos un intelecto o es acaso el intelecto el que nos posee a nosotros? No convendría, pues, seguir perdiendo el tiempo y haríamos bien en aprestarnos a aprender a ponerlo en stand by. Ésa, precisamente, es una de las principales funciones de la meditación, ayudarnos a apearnos de la vida exclusivamente mental y enseñarnos a vivir a pie de realidad.

No es fácil aprender a estar “ahora” y “aquí”, lo más sencillo es perder el centro y quedar atrapados en la regresión o en la fuga hacia el futuro y tampoco es sencillo permanecer en el quicio que nos separa, al tiempo que nos une, a los demás y al mundo. Tal cosa sólo es posible desde una conciencia relativamente integrada (el centauro) que pueda contemplar simultáneamente el cuerpo y la mente, a sí misma y a los demás, única puerta de acceso a la conciencia silenciosa.

Al comienzo decíamos, con otras palabras, que la ontogenia recapitula la filogenia y ahora quisiera señalar que la microgenia las recapitula a ambas. ¿Y qué es la microgenia? La microgenia no es más que la recapitulación y la actualización, en este instante y en éste y aun en este otro de todos los aciertos y de todos los errores en que reiteradamente hemos incurrido a lo largo y a lo ancho de nuestro periplo evolutivo. Es por ello que este instante y éste y también éste nos proporcionan una oportunidad preciosa —la única— para dar el paso atrás que nos permita asentarnos en una conciencia testigo más silenciosa, estar más presentes y adentrarnos en una dimensión más profunda de nuestra conciencia y abrir así en fin la única puerta que puede ayudarnos a silenciar de una vez toda la algarabía que habitualmente puebla nuestra mente y contemplar con más claridad el atolladero en que estamos metidos.

Sólo cuando nuestra casa esté lo suficientemente sosegada podremos dejar a un lado los disfraces, sólo entonces podremos aparcar las mil tareas urgentes con las que postergamos la única que realmente merece la pena, sólo entonces podremos recuperar nuestra desnuda conciencia de domingo, asistir al milagro que nos aguarda en la eternidad oculta detrás de cada instante, contemplar atónitos cómo todo se transfigura en lo que realmente es, la más sublime de las estampas japonesas que jamás hayamos visto y reconocer entonces súbitamente —permítanme la licencia abiertamente “pre” de la cita— nuestra maltrecha, aunque siempre flamante, condición de “semidioses caídos de una patria oscuramente recordada”.